¿De
dónde viene la energía y cuál es más limpia?
La
mayoría de formas de energía que conocemos provienen de una misma fuente: el
Sol.
El
Sol es como una inmensa caldera que nos envía un flujo continuo de energía que
hace posible la vida tal como la conocemos. Su potencia nos achicharraría si no
fuera por la distancia a la que nos encontramos de él y por ciertos fenómenos
de la sabia naturaleza. La rotación de la Tierra , que da lugar a los días y las noches,
hace posible que la energía del sol se reparta cada 24 horas por toda su superficie,
en vez de concentrarse en un solo lugar. Esta energía que viene directamente
del sol puede ser captada por paneles solares, ya sea para calentar agua, o
para producir electricidad en los de tipo fotovoltaico. Los movimientos convectivos del aire distribuyen por las distintas capas de la atmósfera el
calor de la superficie de la tierra, evitando que se sobrecaliente en exceso con
los rayos del sol. Estos movimientos del aire nos dan otra oportunidad de
aprovechar la energía del sol mediante aerogeneradores. Estas son las
denominadas fuentes de energía renovables, porque aprovechándolas consumimos la
energía al mismo ritmo que el Sol nos la proporciona.
Podemos
ver las hojas de las plantas como captadores naturales de energía solar, que transforman
la materia inorgánica en orgánica, hacen crecer los árboles y acumulan dicha
energía en forma de leña. Cuando quemamos madera, estamos consumiendo energía
del sol que fue almacenada por los árboles durante años. Esta misma materia
orgánica, acumulada durante siglos o milenios en las fosas marinas, luego
encerrada y sometida a presión bajo tierra, es la que da lugar al carbón
mineral y al petróleo; de modo que quemar gasolina significa consumir energía
del sol que costó milenios almacenar. Nos referimos a estas como fuentes de
energía no renovables, porque actualmente los humanos consumimos energía a un
ritmo mayor del que nos manda el Sol y estamos gastando reservas almacenadas
durante épocas anteriores.
Se
supone que los habitantes de la isla de Pascua se extinguieron cuando acabaron
con los árboles de su territorio. De modo que, cuando agotemos las reservas del
planeta, la energía de que dispondremos volverá a estar limitada por el flujo
que nos mande el sol; salvo que recurramos a la energía nuclear. Muchos,
consideramos que las centrales nucleares son peligrosas y, en vez de tenerlas
funcionando tan cerca de nosotros, preferiríamos ahorrar energía, para que nos
bastara con la gratuita y segura que sigue viniendo del sol.
Algunos
apuntan al coche eléctrico como la panacea del transporte, pero veremos que no
lo es. Es cierto que el coche eléctrico puede resolver problemas puntuales de
contaminación del aire de las ciudades, que es provocada en buena parte por los
gases de combustión de hidrocarburos en los motores de los coches. Es por eso que
el metro usa electricidad para moverse, porque de otro modo el aire de los
túneles sería irrespirable. Pero ni el metro ni el coche eléctrico suponen una
solución para el problema global de la energía.
La
energía que consume un coche eléctrico tiene que ser producida en algún otro
sitio, después ha de ser transportada hasta el lugar de consumo y
posteriormente almacenada en una batería, hasta el momento de su utilización,
cuando ha de ser nuevamente transformada en energía mecánica. Todos sabemos que
cada vez que transformamos, transportamos o almacenamos energía, el rendimiento
no es del 100% y hay una parte de ella que se pierde en forma de calor, que es la
forma de energía residual e inaprovechable. De modo que, aunque conduzcamos un
coche eléctrico, puede que estemos consumiendo y contaminando igual o más, sin saberlo,
porque probablemente se estará quemando aún más petróleo en algún otro lugar.
Actualmente, el 60% del petróleo que se consume lo estamos gastando en transporte, y este es uno de los campos en los que podríamos ahorrar más energía, si aprovecháramos mejor las capacidades vacantes de nuestros vehículos; llenando las plazas libres que lleva cada coche que circula sólo con su conductor.
La gran verdad es que la única energía limpia es la que no se consume, y debiéramos hacer todo lo posible para no consumir más energía de la necesaria, desplazándonos del modo más eficiente posible y sin despilfarrar este bien escaso.